Mi primer viaje a Brasil: mucho más que fútbol, samba y carnaval

Una experiencia que me hizo ver que no somos tan distintos a pesar de nuestras diferencias culturales.

Siempre he pensado que los viajes comienzan en el momento que decides hacerlo. Antes de partir hacia nuestro destino solemos fantasear con los sitios que vamos a visitar, la comida que queremos degustar, e incluso la ropa que nos pensamos poner en cada momento. Sin embargo, existen ocasiones en las que el motivo por el que viajas es tan importante que todas estas cosas quedan relegadas a un segundo plano. 

No guardo ningún recuerdo especial del día que le pedí a Raissa que se casara conmigo. No escogí una fecha determinada, ni se lo propuse en un lugar romántico después de una exquisita cena. Más bien sucedió todo lo contrario. En una de las visitas que me hizo, mientras estudiaba en Valladolid, le comenté que si quería casarse conmigo. Tenía claro que deseaba compartir mi vida con ella, y como dos amigos que sellan una amistad eterna entrelazando los meñiques, decidimos dar el paso más importante de nuestras vidas. Tras algunos minutos pensando de qué manera se lo diríamos a sus padres, resolvimos comprar un billete para Brasil.

Desde el momento que decidí hacer el viaje comencé a tener sentimientos encontrados. La simple idea de conocer un lugar nuevo, con su cultura y su gente, resultaba excitante; pero al mismo tiempo, no podía quitarme de la cabeza todas las noticias y reportajes donde mostraban a un país inseguro y violento. Ya no había marcha atrás. Tras ocho horas y media de vuelo, un miembro de la tripulación informaba que en breve aterrizaríamos en Salvador de Bahía. Inmediatamente me precipité hacia la ventana con el fin de tener una primera impresión que pudiera guardar en mi retina para siempre. 

Vista aérea de Salvador de Bahia | Foto: Fernanda Assef

Si tuviera que definir Brasil con una sola palabra esa sería contraste. Desde el principio quedé impresionado con su singular arquitectura. La vista aérea me permitió observar cómo viviendas humildes y rascacielos de lujo podían formar parte de un mismo barrio, fusionando, de este modo, lo tradicional con lo moderno. Pero si hubo algo que llamó poderosamente mi atención en esta primera toma de contacto, fue, sin lugar a duda, su naturaleza. Nunca había visto ríos con tanto caudal, ni vegetación tan frondosa. Hasta el día de hoy, sigo sin entender como Brasil no se encuentra entre las principales potencias económicas mundiales teniendo semejantes recursos naturales. 

Familia reunida
Paseo con nuestra familia brasileña

Como Raissa llevaba un tiempo sin ir por allí, gran parte de nuestro viaje lo dedicamos a visitar amigos y familiares. No recuerdo a cuantas casas fui invitado, pero sí que en todas ellas había abundante comida y bebida. He llegado a pensar que los brasileños buscan cualquier excusa para poder reunirse y degustar un buen churrasco y algunas que otras cervezas. La comida también era muy diferente a lo que estaba acostumbrado en España. En una casa brasileña nunca falta el arroz, la carne y un buen feijão. El pan debo de reconocer que es maravilloso, y el café, una de mis pasiones, también. Quizás Brasil haya conseguido lo que mi madre nunca logró: que probara las gambas. En mi defensa debo de decir que no lo sabía, pues las comí en una comida tradicional llamada aracajé, con salsas de vatapá y caruru. Ahora que no me escucha mi madre, reconozco que estaba delicioso. 

Casal na Praia do Forte
En mi primer día en Brasil estuvimos en Praia do Forte (Bahia)

De regreso a España, casi todo el mundo me preguntaba por las playas de Salvador y Aracaju. En esta ocasión también percibí diferencias abismales con respecto a las que tenemos en Málaga capital. La temperatura del agua es mucho más caliente que la del Mediterráneo, lo que te permite permanecer dentro del mar mucho más tiempo. Algunos chiringuitos contaban con escenarios donde se podía disfrutar de música en directo mientras comías y bebías. De nuevo debo de hacer una confesión: la comida de los restaurantes era de muy buena calidad, pero no superaba al queso frito, las patatas fritas y los pinchitos de los vendedores ambulantes de la playa. 

Antes de conocer a la que sería mi futura esposa, ya había leído bastante acerca de la historia de Brasil y su independencia de Portugal. Sentí algo extraño por el cuerpo sólo de pensar que había visitado la primera capital, Salvador de Bahía, y que ahora, ya en Aracaju, me encontraba frente al puente que sirvió de atracadero a uno de los barcos del emperador Pedro II. Cada vez necesitaba saber más acerca de la cultura y el arte de la ciudad, por lo que pedí que me llevarán a visitar la Catedral Metropolitana de Aracaju y el Museo da Gente Sergipana.

Catedral metropolitana de Aracaju
Fachada de la catedral de Aracaju | Foto: Ronaldo Caldas

El edificio religioso, pese a poseer elementos idiosincrásicos propios de la arquitectura brasileña, tiene una evidente influencia europea como las dos torres que flanquean la fachada, un recurso propio de la arquitectura gótica. El museo, me hizo reflexionar sobre las diferencias culturales que hay entre Europa y Sudamérica, pero también, las que existen entre el nordeste y el resto del país. Después de pensar acerca de este asunto, he llegado a dos conclusiones: la primera, es que dicha diversidad enriquece culturalmente a Brasil, y la segunda, que todavía me quedan muchos lugares por descubrir. 

El amor a primera vista existe, lo experimente la primera vez cuando conocía a Raissa, y la segunda, cuando me enseñó la tierra que la vio nacer. Desde el primer día que fui, noté que me sentía como en casa, una de las sensaciones más gratificantes que puede experimentar una persona. 

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